“Me voy a cambiar
de sexo”, fue el comentario, salió de su boca sin pensarlo de forma consciente,
a estas alturas ya estás pensando que quien lo manifestó (primero ya dedujiste
que fue un hombre, pero no por las razones que más adelante entenderás, sino
porque siempre se piensa en que son “ellos” los que se hacen esos cambios, al
igual que ya pensaste que vamos a hablar de identidad sexual, vamos a por el
tema, que aunque si fue un hombre, no tuvo nada que ver con su identidad
sexual). ¡Henos aquí, ya transcurrido bastante de la cuarta parte del siglo XXI,
después de dos guerras mundiales, la revolución industrial, la liberación
sexual, la independencia femenina, la globalización, en auge la lucha para la
igualdad de derechos y hasta una campaña mundial contra la agresión de género y
el común de la sociedad aun siente que los hombres deben ser príncipes azules!
Cansado de tanto
peso, simplemente dice “me voy a cambiar
de sexo” y lo puedo entender, el hombre aun es visto como el proveedor de todo
el bienestar común, si la mujer produce es “para sus cosas”, si algo se daña,
el mercado, la hipoteca, el colegio, la lista no termina y además no tiene “licencia
para matar” ósea, ni la excusa de unos días al mes poder salirle a cualquiera
con un mal gesto, encerrarse en su cuarto, llorar, ponerse histérico, pegar dos
gritos y en serio, hasta matar, ya que el “síndrome menstrual” ha sido usado
como alegato legal para justificar tal acción y la defensa ha ganado!.
Si una
mujer es mantenida por un hombre, ese es su deber, nadie critica ni dice nada
al respecto, es más que ni las gracias merece, porque socialmente ese es su
rol, si una mujer mantiene el hogar, los calificativos para él y para ella son
interminables y peor aún, ella, la mujer que por alguna circunstancia y quizás en
solo algún periodo de la relación ha sido el sustento del hogar, llega a
sentirse mal, a perderle respeto a su pareja y hasta a denigrarlo, solo porque
no se están cumpliendo los roles sociales, o porque se acomodan según convengan,
quieren ser cenicientas un rato, la madrastra otro.
El artículo de la
semana pasada hablaba sobre el culto al falo y este sobre el mito del príncipe azul,
ese que rescata damiselas que solo logran ser alguien a través del rescate de
amor, donde el príncipe sacrifica hasta su intelecto, que vamos, la pareja va de compatibilidad incluyendo la intelectual, solo un misógino, o una persona con poca autoestima se sentirá bien
acompañado de otra intelectualmente diferente, es un peso enorme el que lleva
este príncipe, debe mantener el castillo, no tiene la excusa de las hormonas
para salirse con las suyas de vez en cuando, ni pensar en cambiar el rol,
porque los calificativos sociales no tienen fin y además, si quiere seguir bien
el rol que le pusieron en el cuento, a por la chica poco lista esta que no era
capaz de recoger sus cosas y largarse a salvarse ella sola. Así que, si yo
fuera el, también querría operarme para pertenecer al “genero débil”. Además voy
a endosar una posdata en este artículo de hoy y como mujer, no considero una agresión
que un hombre se voltee cuando paso y me diga “adiós guapa” o “de que nube te caíste”
o cualquier otra tontería galante, que estas luchas extremistas que acabaron
con “te abro la puerta, te cedo el asiento, te doy mi chamarra”- y no por imposición sino porque era parte de la caballerosidad- van a acabar con
ese gustico de saberse admirada, ese piropo que te levanta a veces hasta un ánimo
caído, no somos iguales, no queremos serlo, lo que queremos es la libertad de
expresarnos, la libertad de ser y la eliminación de tanta etiqueta agotadora, a y nosotras también abrir puertas, ceder asientos, prestar chamarras y por que no, decirles un piropo y levantarles el animo. Isa